Alto al dolor
Verónica Guerrero Mothelet
Se ha encontrado que
nuestras creencias y
emociones desempeñan
un papel importante en la percepción del dolor, lo que ya se empieza a aprovechar desde la psicología para ayudar a personas que sufren dolor crónico.
Pero, ¿por qué es así? Esto es lo que buscan responder investigadores en
neurobiología.
El dolor es una experiencia ineludible. Todos hemos tenido esa desagradable sensación, que
va desde una molestia poco localizada hasta un terrible malestar manifiesto, punzante, que puede durar desde unos minutos hasta varios años.
Pese al sufrimiento que provoca, el dolor
es vital para
la
supervivencia. Como parte importante del
sistema de defensa del organismo, nos impulsa a rehuir circunstancias que podrían hacernos daño provocando el
reflejo de retirarnos, de proteger una parte de nuestro cuerpo cuando está lastimada y de evitar en el futuro la
situación que produjo
la lesión.
Físico y social
La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor lo define como "una experiencia sensorial y emocional
desagradable, asociada con una lesión
hística (de los tejidos) real o potencial, o que se
describe como ocasionada por dicha lesión". Esta definición se aplica más específicamente al dolor físico, aunque existe también el dolor social;
es decir, el sufrimiento emocional provocado por
un daño o por la amenaza de una ruptura o alejamiento de las personas queridas o del círculo social. En ambos
casos, es personalizado,
subjetivo, y
cada individuo aprende a asociarlo
con sus propias experiencias.
El dolor
físico es asimismo una experiencia
emocional, precisamente
porque implica una sensación desagradable. El dolor normalmente se divide en
agudo y crónico, tanto por su duración como por los mecanismos fisiopatológicos que lo generan.
El dolor agudo es la consecuencia inmediata de un daño en tejidos o vísceras, o bien
el aviso de algún problema orgánico urgente, y se origina a partir de la activación del llamado sistema nociceptivo, formado por neuronas especializadas en detectar la señal tras un estímulo nocivo que puede ser químico (como
poner limón en una herida),
mecánico (una fractura ósea),
térmico (una quemadura) o de presión (un apretón de manos demasiado fuerte). El dolor agudo es autolimitado: generalmente desaparece con la lesión que lo originó, tras
cumplir su función de protección biológica. Sin embargo, en algunas ocasiones persiste a pesar de haberse eliminado el estímulo,
o aun cuando el daño parece haber sanado.
También puede haber dolor en ausencia de estímulos nocivos, daños o enfermedades detectables (dolor idiopático). En otros casos, el dolor se debe a lesiones del sistema nervioso relacionado con las sensaciones (dolor neuropático). E incluso puede existir dolor en una extremidad
amputada, lo que
se conoce como dolor del miembro
fantasma.
Dolor sin fin
Cuando el dolor dura más de tres meses pese a la atención médica o psicológica especializada, se conoce
como dolor crónico. El dolor persistente conlleva niveles elevados de alteraciones e incapacidad
acumulada,
acompañada de estados emocionales negativos y una pobre calidad de vida;
afecta el funcionamiento emocional, cognoscitivo, social y laboral
de las personas, además del funcionamiento físico, como señala el doctor en psicología experimental Benjamín Domínguez Trejo, investigador de la Facultad de Psicología de
la UNAM. "En general, 70%
de las enfermedades crónicas
están
acompañadas por dolor crónico",
Bibliografía
Guerrero M. V.
(2011, mayo). Alto al dolor. ¿Cómo ves?, Vol. 150.
http://www.comoves.unam.mx/numeros/articulo/150/alto-al-dolor